Lo
sé, lo soy.
Tal
vez un ingenuo, un iluso ante ti,
un
frasco de ensueños como aves malheridas,
pero,
¿cuántos fracasos doblarían mi testarudez?
Déjame
ser este molusco de cerebro esponjoso,
aquel
espantajo que se entrega para hacerse pedazos,
que
atraviesa la quietud con lamentos de saxofón.
Ya
conoces detalladamente mis obsesiones:
mientras
el mundo y sus canas se incendian
te
reinvento entre bosques de horas y lentitud,
te
reconstruyo tras esta memoria derruida y su catedral;
no
uso ni bisturí ni cincel y siempre adoptas la misma apariencia,
siempre
tu semblante de mármol de azúcar, de cielo artesonado;
siempre
la curiosidad asomándose desde tu garganta,
siempre
las ansias por vivir, descubrir y experimentar
como
una implosión que sacude tus entrañas.
Ya
me conoces, sólo pretendo diseccionarte
con
la mayor sensibilidad posible,
intento
asimilar los cánones de tu irregularidad
para
auxiliarte y no herirte sin ser capaz de remendarlo.
Ya
sabes que lo sé, lo soy, ¿cómo podría evitarlo?
Trato
de embotellar centellas según tu dedo las señale,
según
se antojen a tus manías de doncella embrutecida,
según
desees aproximarte a un confín del horizonte u otro.
Simplemente
déjame ser quien jamás sabrá quién soy.
Tú
también cazas migajas de consuelos que surgen de la noche.
¿Por
qué no aceptarlo y proseguir con nuestra evolución?