martes, 17 de junio de 2014

Confesión, discusión, ¿o qué?

Lo sé, lo soy.
Tal vez un ingenuo, un iluso ante ti,
un frasco de ensueños como aves malheridas,
pero, ¿cuántos fracasos doblarían mi testarudez?
Déjame ser este molusco de cerebro esponjoso,
aquel espantajo que se entrega para hacerse pedazos,
que atraviesa la quietud con lamentos de saxofón.
Ya conoces detalladamente mis obsesiones: 
mientras el mundo y sus canas se incendian
te reinvento entre bosques de horas y lentitud,
te reconstruyo tras esta memoria derruida y su catedral;
no uso ni bisturí ni cincel y siempre adoptas la misma apariencia,
siempre tu semblante de mármol de azúcar, de cielo artesonado;
siempre la curiosidad asomándose desde tu garganta,
siempre las ansias por vivir, descubrir y experimentar
como una implosión que sacude tus entrañas.
Ya me conoces, sólo pretendo diseccionarte
con la mayor sensibilidad posible,
intento asimilar los cánones de tu irregularidad
para auxiliarte y no herirte sin ser capaz de remendarlo.
Ya sabes que lo sé, lo soy, ¿cómo podría evitarlo? 
Trato de embotellar centellas según tu dedo las señale,
según se antojen a tus manías de doncella embrutecida,
según desees aproximarte a un confín del horizonte u otro. 
Simplemente déjame ser quien jamás sabrá quién soy.
Tú también cazas migajas de consuelos que surgen de la noche.
¿Por qué no aceptarlo y proseguir con nuestra evolución? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario