Recapitulemos desde las raíces del asunto a examinar: nuestro conocimiento, progresivamente
evolucionado desde el surgimiento de la capacidad racional, nos perfecciona abarcando un innumerable
abanico de saberes, tanto teóricos como prácticos, que se complementan y han conformado
a lo largo de los siglos el progreso económico, social y cultural de la especie
humana. Sin embargo, a día de hoy, la educación, órgano cuya concreta función
radica en impartir el contenido de las diversas ramificaciones del conocimiento,
enfoca su cometido mediante unos principios equívocos y métodos que perjudican
no sólo a los estudiantes, ingenuas víctimas de su embustera situación
histórica, sino también al discurrir de la sociedad, sus valores, prosperidad y
esa necesitadísima conciencia sobre nosotros mismos.
A
consecuencia de la ruina cultural que asola los países de Occidente desde
finales del s.XX el rendimiento y los beneficios son los máximos objetivos de
todo proceso. A ello se le suma el agravamiento ocasionado por cómo, desde
múltiples medios de comunicación, se propagan incesantemente mensajes e
intereses bajo los cuales palpita el auge del capitalismo más feroz, acompañado
por una visceral dependencia de los bienes materiales y un consumo exacerbado
que, paradójicamente, puesto que en principio facilita el acceso a recursos
variados, provoca daños irreparables en la mentalidad de los individuos,
abocados a una vinculación virulenta con su capacidad monetaria, sus
inversiones y sus compras y ventas. ¿A qué se ha resumido el desarrollo de la
vida cotidiana? Repetición de esquemas – casi esquelas – y compromisos
interminables, trabajos sin motivación, entretenimientos insustanciales y caprichos
que no procuran ninguna compensación, sino la prolongación de los mismos en el
vicioso anillo del homo faber y economicus.
(Zdzislaw Beksinski)
La
única solución posible a este empobrecimiento intelectual y crítico de la sociedad
estriba en una educación estimulante, no laxa, permisiva ni finalista, que potencie
el amor por la adquisición de saberes y nos invite al autodidactismo y expandir
nuestras fronteras eruditas. No obstante, nuevamente encaramos una contradicción
peligrosamente nociva, una negligencia feroz en este sector tan básico e
imprescindible. Nos ahogamos inmersos y enmudecidos en una grave crisis
cultural donde la enseñanza, aislada salvación, se ha subordinado a los preceptos
del utilitarismo y ese pensamiento que comprende a los sujetos como máquinas de
producción, medios para alcanzar fines considerados útiles y superiores, seres
cuyo valor reside en su rentabilidad, provecho y rendimiento. Cada vez se ha
reducido con mayor trascendencia la calidad de la enseñanza con el propósito
de, para abaratar costes y contentar al Estado, licenciar a cuantos
profesionales sean posibles sin contar con el nivel de su formación, sus
méritos o los entendimientos inculcados. Es decir, hay una objetivización anticultural que nos dirige ciegamente a considerar
la educación como un proceso formal, un paréntesis casi burocrático y de
carácter empresarial en cuyo seno los alumnos son tratados como clientes o demandantes;
y así no inferimos lo esencial que resulta para la autonomía del ser humano
como individuo independiente a cualquier sectarismo o imposición, no
discernimos cómo el aprendizaje nos ayuda al crecimiento, a la sensibilidad, a
juicios más holgados y tolerantes, al respeto al prójimo y a lo foráneo,
inentendible y ajeno, al placer y a reflexiones más satisfactorias y
productivas en un sentido filantrópico.
Hemos
resbalado hasta caer en el foso de la ignorancia y el desprecio hacia el
pensamiento y la cultura. Sin ellos, jamás hubiéramos conseguido la impensable
cantidad de comodidades que en la actualidad disfrutamos sin cuestionárnoslas
demasiado. ¿Cómo arreglar esta catástrofe que gradualmente nos denigra? Quizás
con el tiempo y la transformación de los valores capitales en nuestra sociedad,
sin resignarnos más ni soportar esta coyuntura, con el empeño de masas que,
tras observar los riesgos implicados, se comprometan a recuperar la pasión y la
expansión del conocimiento para, mediante el aprovechamiento del mismo, acercarnos
a nuestra humanidad y continuar avanzando, además de en lo tecnológico y
comercial, encumbrado radicalmente por un mundo interdependiente y globalizado,
también en aspectos solidarios, artísticos, filosóficos y científicos desde
tentativas de mejora y enriquecimiento.
Es
inadmisible cómo manipulan nuestro derecho a una instrucción de calidad, a un
impulso que nos guíe a preservar los matices más bellos y lucrativos de nuestra
existencia. No podemos olvidarnos de quiénes somos y cuánto englobamos, y de
que jamás tendremos otra oportunidad.
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