miércoles, 25 de junio de 2014

Intolerable: breve alegato en contra de una errónea educación.

Recapitulemos desde las raíces del asunto a examinar: nuestro conocimiento, progresivamente evolucionado desde el surgimiento de la capacidad racional, nos perfecciona abarcando un innumerable abanico de saberes, tanto teóricos como prácticos, que se complementan y han conformado a lo largo de los siglos el progreso económico, social y cultural de la especie humana. Sin embargo, a día de hoy, la educación, órgano cuya concreta función radica en impartir el contenido de las diversas ramificaciones del conocimiento, enfoca su cometido mediante unos principios equívocos y métodos que perjudican no sólo a los estudiantes, ingenuas víctimas de su embustera situación histórica, sino también al discurrir de la sociedad, sus valores, prosperidad y esa necesitadísima conciencia sobre nosotros mismos.
            A consecuencia de la ruina cultural que asola los países de Occidente desde finales del s.XX el rendimiento y los beneficios son los máximos objetivos de todo proceso. A ello se le suma el agravamiento ocasionado por cómo, desde múltiples medios de comunicación, se propagan incesantemente mensajes e intereses bajo los cuales palpita el auge del capitalismo más feroz, acompañado por una visceral dependencia de los bienes materiales y un consumo exacerbado que, paradójicamente, puesto que en principio facilita el acceso a recursos variados, provoca daños irreparables en la mentalidad de los individuos, abocados a una vinculación virulenta con su capacidad monetaria, sus inversiones y sus compras y ventas. ¿A qué se ha resumido el desarrollo de la vida cotidiana? Repetición de esquemas – casi esquelas – y compromisos interminables, trabajos sin motivación, entretenimientos insustanciales y caprichos que no procuran ninguna compensación, sino la prolongación de los mismos en el vicioso anillo del homo faber y economicus. 


(Zdzislaw Beksinski)

            La única solución posible a este empobrecimiento intelectual y crítico de la sociedad estriba en una educación estimulante, no laxa, permisiva ni finalista, que potencie el amor por la adquisición de saberes y nos invite al autodidactismo y expandir nuestras fronteras eruditas. No obstante, nuevamente encaramos una contradicción peligrosamente nociva, una negligencia feroz en este sector tan básico e imprescindible. Nos ahogamos inmersos y enmudecidos en una grave crisis cultural donde la enseñanza, aislada salvación, se ha subordinado a los preceptos del utilitarismo y ese pensamiento que comprende a los sujetos como máquinas de producción, medios para alcanzar fines considerados útiles y superiores, seres cuyo valor reside en su rentabilidad, provecho y rendimiento. Cada vez se ha reducido con mayor trascendencia la calidad de la enseñanza con el propósito de, para abaratar costes y contentar al Estado, licenciar a cuantos profesionales sean posibles sin contar con el nivel de su formación, sus méritos o los entendimientos inculcados. Es decir, hay una objetivización anticultural que nos dirige ciegamente a considerar la educación como un proceso formal, un paréntesis casi burocrático y de carácter empresarial en cuyo seno los alumnos son tratados como clientes o demandantes; y así no inferimos lo esencial que resulta para la autonomía del ser humano como individuo independiente a cualquier sectarismo o imposición, no discernimos cómo el aprendizaje nos ayuda al crecimiento, a la sensibilidad, a juicios más holgados y tolerantes, al respeto al prójimo y a lo foráneo, inentendible y ajeno, al placer y a reflexiones más satisfactorias y productivas en un sentido filantrópico.
            Hemos resbalado hasta caer en el foso de la ignorancia y el desprecio hacia el pensamiento y la cultura. Sin ellos, jamás hubiéramos conseguido la impensable cantidad de comodidades que en la actualidad disfrutamos sin cuestionárnoslas demasiado. ¿Cómo arreglar esta catástrofe que gradualmente nos denigra? Quizás con el tiempo y la transformación de los valores capitales en nuestra sociedad, sin resignarnos más ni soportar esta coyuntura, con el empeño de masas que, tras observar los riesgos implicados, se comprometan a recuperar la pasión y la expansión del conocimiento para, mediante el aprovechamiento del mismo, acercarnos a nuestra humanidad y continuar avanzando, además de en lo tecnológico y comercial, encumbrado radicalmente por un mundo interdependiente y globalizado, también en aspectos solidarios, artísticos, filosóficos y científicos desde tentativas de mejora y enriquecimiento.
            Es inadmisible cómo manipulan nuestro derecho a una instrucción de calidad, a un impulso que nos guíe a preservar los matices más bellos y lucrativos de nuestra existencia. No podemos olvidarnos de quiénes somos y cuánto englobamos, y de que jamás tendremos otra oportunidad.



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