Al creernos desamparados en una bifurcación, cuando no averiguamos cuáles son nuestras
intenciones, y la verdad se muestra diluida, escurriéndose entre los dientes al
masticar, y la sinceridad no es una válida opción porque desconocemos a qué convicción
asirnos, sólo cabe repasar los sucesos, dominarlos en cierto grado, sorber de
nuevo las certezas - verdades de nuestro entendimiento - y sajar el pecho, con ligereza y dignidad, para extraer toda
migaja de indecisión. El último, radical e irrevocable sentido de la
vida es decidir, y resulta imposible no hacerlo. Nuestra libertad, órgano de amplitudes esclavizado por su esencia, engloba el
abanico, los valores y la consideración que influyen en el instante de elegir,
e incluso esto último se nos antoja cuestionable.
Pero a saber:
quien se adentra en un laberinto voluntariamente, perteneciente a sí mismo, porta la llave de su cerradura.
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